Necesito compartir dos experiencias duras que viví en Budapest…

Ibamos paseando Íñigo y yo de camino al hotelito y de repente un niño corría siguiendo a una señora muy fina que paseaba a un perro… la señora ni lo miró y siguió andando.. pensé bueno será la «tía» que ya le ha dicho que no la puede acompañar a pasear al perro y no le hace ni caso por pesao! Le seguí atenta hasta verle de nuevo seguro con un adulto pero entonces el niño dio media vuelta y corrió hacía una señora que estaba allí delante de un portal con un carrito en el que iba sentada una niña que ya parecía mayor para ese tipo de cochecito… y en un segundo vi claro la cruel realidad que tenía delante…

Una abuela con dos de sus nietos (luego supe que había tres más esperándola en «casa») estaba pidiendo ayuda para comer y su nieto de tan solo 4 años había intentado que esa señora le ayudará ante la total indiferencia de esta.. . el niño iba bien vestido pero al acercarme, y que ellos también nos miraran suplicantes a nosotros, pude ver las manos sucias de la abuela, la ropa requeteusada de la pobre bebé de 3 años y la carita algo sucia de Christian… nosotros también pasamos de largo.. no teníamos florines y no supimos qué hacer pero las lágrimas me caían sin poderlo evitar e Íñigo me dijo que si quería volver e invitarles a cenar con nosotros… y entre lo que ya eran sollozos le dije que sí…

Nos acercamos juntos e Íñigo les explico porque yo estaba que no podía ni hablar… es verdad no es la primera vez que veo situaciones como esta pero me superó el contraste tan grande entre mi total felicidad de segundos antes y el golpetazo de una realidad ajena que me dolía hasta físicamente… qué injusto… supongo que la edad de los niños tan próxima a los míos también influyo… no sé lo que fue pero no quiero olvidarlo.

No hablaban inglés ni mucho menos español pero con gestos nos entendimos, la pequeña ya estaba dormida y la abuela trataba de taparla sin despertarla con una mantita… y el niño la ayudaba como protector hermano mayor con una ternura indescriptible. Mirándonos con un agradecimiento infinito aceptaron nuestra insignificante ayuda… como pudimos nos enteramos que la madre los había abandonado y que el padre era heroinómano… la abuela valiente había cogido a los 5 hijos y los atendía como podía económicamente pero con un amor infinito…

Christian enseguida pidió unos profiteroles de chocolate con una sonrisa de oreja a oreja pero tímido con vergüenza… la abuela insistía en que ella no quería nada… la mujer se sentía con vergüenza de entrar al restaurante y nos pidió llevarse la comida a su casa y así compartirla con el resto de la familia… nos lo agradeció mil veces, no nos pidió nada de nada más allá de lo que le ofrecimos… y se la veía con una pena infinita por sus nietos… le decía “da las gracias Christian”… y nos despedimos mientras el pequeño se agarraba a la mujer buscando la seguridad de su abuela.

Al darnos la vuelta Íñigo ya no se pudo contener más y lloro… entonces trate de consolarle yo y aprecie su aguante y valentía por no llorar delante del pequeño… hablamos de ellos muchas veces después de ese día e intentamos volvérnoslos a encontrar para ayudarles con una buena compra… lo que fuera!

No les volvimos a ver… hicimos mil conjeturas.. . ¿irían al cole, pasarían frío? Yo qué sé… mil cosas que no sabremos nunca. Lo que sí tenemos la certeza es de que esa mujer no hubiera querido estar allí, no quería usar a sus nietos para dar pena… lo que de verdad no quería era que pasaran hambre y por eso estaba allí, por puro amor hacía esos niños que solo la tenían a ella en el mundo.

La conclusión que saque es que siempre juzgamos muy rápido y se nos aparecen mil excusas para pasar de largo sin tan siquiera mirarles… una mirada de cariño que les llegue para que al menos se sientan comprendidos… pero nos duele y preferimos pensar cosas como “pobres niños, que poca vergüenza esta abuela (madre o padre) que les tiene aquí pidiendo…” que falsos somos a veces…

Creo que quiso el destino que aprendiera bien la lección con otra experiencia vital…

En el autobús que nos llevaba al aeropuerto de vuelta a casa subieron dos mujeres con una bebé en carrito y otro bebé rubio de ojos azules, precioso que debía de tener algo menos de dos añitos con ropa muy viejita, con la carita y las uñas de las manos un poco sucias … las dos mujeres hablaban animadamente y el peque se agarraba a las piernas de su mamá y reclamaba su atención… la madre estaba muy delgada, demacrada, tenía unos dientes negros, le faltaban muchas de las muelas… y pensé “pobre niño… no le quita el abrigo con el calor que hace aquí, cómo le lleva así de sucio…” entre tanto ella ya le había cogido en bracitos y estaba haciéndole cariñitos a su hijo que la miraba embelesado y no paraba de reírse con ella y abrazarla… me sentí absurda.. ese niño tenía más amor que muchos que van perfectamente vestidos y limpios, ese bebé miraba a su madre como si fuera la madre más bonita del mundo… él no veía los dientes feos y negros que veía yo.. el sólo veía la sonrisa de su mamá y se reía con ella tan feliz… tengo la foto de los dos mirándose, riéndose y dándose achuchones juntos clavada en la retina… ¿quién soy yo para juzgar a nadie?

Necesitaba compartirlo… a lo mejor no os ha pasado nunca pero por si acaso aquí está mi experiencia, una que no pienso olvidar… qué duro saber que muchas veces somos nosotras, las madres, las que enseguida juzgamos duramente a las demás… ¿por qué no pensar que la mayoría de las veces una madre da a sus hijos solo lo mejor que tiene?? ¡¡Su amor!!

Aunque para algunas sea tan difícil como no poder llevar a sus hijos si quiera limpios… para otras más cercanas puede ser no poder llevarles al cole, ni recogerles, ni llegar a tiempo para leerles el cuento… a lo mejor no pueden jugar con ellos porque están enfermas… tantas cosas… una madre siempre es una «madre leona» aunque a veces sea tan devastador como tener que renunciar a ellos porque tengan un futuro mejor…

Yo sinceramente ya no me atrevo a juzgar a nadie, tan solo quiero intentar aportar mi granito de arena por ayudar tanto a la que pasa hambre con lo poco que pueda hacer como en alentar a la que les ve poco por su jornada laboral… todas sufrimos y nos sentimos mal por no poder darles el 100% , por gritarles injustamente, por no poder darles un capricho… y lo que necesitamos es apoyo y no un juez!

Haré por no olvidarme de este aprendizaje de vida, y porque las otras madres siempre encuentren en mi un apoyo, una cómplice, un aliento, una amiga…

Con cariño,
Silvia

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